Son líneas, sin soberbia ni vanidad
Y van para ti, inocentemente para ti
Porque tú me enseñaste…
Me enseñaste a escuchar las palabras que mis manos escribían, y a verlas con los ojos cerrados.
Me enseñaste a decir lo que mis manos pensaran, ante cualquier provocación, circunstancia y motivo.
Me enseñaste a gritar dignamente lo que mi alma susurra al resto de mi cuerpo, defendiendo cada idea que de mis labios pasara, siempre y cuando ellos tuvieran la certeza de donde estaban pisando mis pies.
Me enseñaste a deleitarme en cada hora del día, encontrando el momento oportuno para sonreír con gratitud al cielo y mirar con mis ojos cerrados la majestuosidad del silencio perfecto.
Me enseñaste a enseñar y aprender, y eso es el mayor legado que tus sienes han dejado a mis espacios vacíos.
Me enseñaste a dedicar mis más sinceros, profundos y exquisitos pensamientos, por medio de la palabra, una mirada o algún gesto humano que pudiera reflejarlo y por eso, hoy te dedico esto a ti, simplemente porque tú me enseñaste.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario