viernes, 15 de mayo de 2009

llorar de amour

Lloro de amor, una vez más. Puede que esté equivocada, puede que lo haya estado desde siempre. Pero no me importa, ya no importa nada, porque lloro de amor. Vaya experiencia. ¡Qué sensación! Si me lo hubieran contado, no lo hubiera entendido nunca, ni siquiera por medio de la expresión de todas las artes.
Empecé sintiendo un escalofrío muy extraño, como cargado de alegría; luego, pensé en tantas cosas, tantas situaciones, pero nada concreto, sólo abstracciones que traían a mi cuerpo aún más alegría, y a mi mente, buenos recuerdos. Finalmente, esa sensación en la cara: cosquilleo en la nariz, una mueca en la boca, contracciones en los ojos. Y lloré. Con la diferencia de que esta vez, al llorar sonreía, reía, me carcajeaba. Lloraba de felicidad, de nostalgia, de recuerdos, de ganas. Lloraba de amor, y mientras lo hacía, un sentimiento de plenitud inundaba todo mi ser.
La primera vez que lo había hecho, tenía miedo de perder lo que poseía: a esa persona tan espectacular que provocaba en mí los más bello sentimientos, diferentes a todo lo que conocía hasta entonces. Además del miedo, aquél llanto trajo a mí sensaciones muy extrañas, pero todas relacionadas con la inseguridad. Qué desgaste y qué pérdida de tiempo. Es decir, si se va a llorar, se tiene que hacerlo bien, entregándose completamente a las lágrimas, al momento, a la inspiración. Si se va a amar, sucede lo mismo: hay que entregarse a aquello que el amor es, con todo. Hay que dejar el alma y la vida en cada momento, hay que poner todo el corazón en lo que se haga. Si no, no vale la pena hacerlo. Así pues, yo lloraba sin entregarme a las lágrimas, yo amaba sin entregarme al amor. Tenía tanto miedo, tantas dudas.
Pero ahora, lloro de amor. Amo y lloro, y me entrego completamente a ambos verbos, a ambos mundos, a ambas visiones. Me entrego porque ahora que lo he perdido todo, no puedo tener más miedo. Me entrego porque ahora que todo lo que me causaba incertidumbre ha terminado, las dudas ya no pueden existir. Así es esto: el ser humano debe llegar a sus límites para descubrir los secretos más ocultos de esta vida, y quizá en ello no experimente el sentimiento más agradable, pero es necesarios para su crecimiento, es necesario para que valore todo lo demás. El hombre no sabe lo que es la felicidad hasta que conoce la tristeza. El hombre no sabe lo que es el gozo hasta que conoce el dolor. La soledad es la verosímil muestra de que alguna vez existió compañía. Y viceversa. Nunca valoraríamos lo que tenemos, lo que más queremos, lo que nos da la vida, si no lo perdiéramos alguna vez. Pues bueno, ahora que lo he perdido todo, se lo que tuve. Por eso lloro de amor, y me entrego al sentimiento, al momento, a la virtud de hacerlo, pues ya no hay nada más que perder, y el simple hecho de recordar todo lo que tuve, me hace sentir total plenitud, porque más que recordarlo, pienso en que existe, en que está ahí: en algún lugar del espacio, en algún momento en el tiempo. No me importa nada, sólo lloro.